Estar de vacaciones es fantástico. Por unos días abandono el trajín de las rutinas y de los horarios, para conectarme en “modo reposo”. Ya son más de cinco años que en Agosto nos instalamos en un pequeño pueblo de la costa almeriense. Un lugar tranquilo y lleno de encanto. Dónde puedo relajarme y disfrutar del entorno junto con mi familia y amigos. Y al mismo tiempo practicar mi gran afición: la fotografía. Después de todos estos años todavía me sorprende descubrir parajes y rincones maravillosos. Algunos los llevo fotografiando desde el primer verano. Y me parece fascinante que aún vayan apareciendo detalles que den un nuevo sentido a las fotografías. Es lo que me ocurrió con la fotografía que muestro a continuación.

 

La ventana

La descubrí el primer año que estábamos veraneando. Fue un mediodía. Una de las únicas rutinas que nos permitimos durante las vacaciones es la de ir a tomar una cerveza con una tapa en el bar Aljibe 19. Es un local céntrico, pero que escapa del bullicio del núcleo central de la plaza del pueblo. Y podemos pasar un buen rato sentados en la terraza charlando y riendo. Y delante del bar se encuentra la ventana. Allí esta estática e inmune a nuestras risas y palabras. La primera vez que la vi ya me fascinó. Y es que la ventana en cuestión no tiene nada de especial. Es de suponer que lo que me cautivo de ella fue su simplicidad de líneas y de colores. Que se combinan a la perfección para dar paso a una dócil y armónica mezcla de formas. El negro de los barrotes de la reja sobre el azul de la persiana, este último sobre el blanco de la pared. Y para completar el lienzo se une al espectáculo visual el color gris. Motivado por las sombras de unos banderines que se estampan sobre la pared. Mis compañeros de mesa cuando ven que saco la cámara de dentro su funda me dicen: ¡ya la vuelves a fotografiar! Pues va ser que sí.