Al mirar las fotografías, estas nos pueden transportar a vivencias ocurridas en el pasado y eso es lo que me paso a mi.
Mis padres en la actualidad viven en una masía de nombre Can Costeta, antes que ellos en la masía vivían mis abuelos Montserrat y Emili. Todavía existe el gallinero que ahora lo cuida mi madre y mi padre. En él viven unas cuantas gallinas que cada día les dan unos huevos riquísimos, aunque no siempre estuvieron solas, hace un tiempo convivieron con el gallo que aparece en la fotografía.
La historia del gallo empieza unos cuantos años atrás, mi madre criaba pollos con la intención de engordarlos para cuando llegasen las fiestas navideñas la familia pudiera comer pollastre de Pagés (pollo de payés). Unas semanas antes se dedicaba a matarlos y así se anticipaba al ajetreo del ir y venir de las fiestas. Un día que se disponía a iniciar su tarea su sorpresa fue enorme cuando se dio cuenta de que uno de los pollos ya era todo un señor gallo. Lo había dejado crecer demasiado y no se atrevió a matarlo prefiriendo dejarlo de guardián de su gallinero. Yo lo conocí un día que estaba paseando por los alrededores de la masía, estaba buscando escenas para fotografiar y lo vi que estaba cerca de la valla, yo creo que me estaba mirando, lo fotografié porque estaba estupendo mostrándome su extraordinario plumaje, su gran cresta roja y su inmensa papada. Al cabo de unos días al observar la fotografía con tranquilidad pude ver con nitidez todos los detalles y me conectó con mi niñez.
El gallo y la yaya Montserrat
De mi yaya Montserrat recuerdo sus manos rugosas y ásperas que estaban esculpidas por el paso del tiempo, también, sus viejas piernas que le hacían desplazarse con cautela y precaución por el piso accidentado. Era una persona que siempre sonreía y eso que mi hermana y yo le hacíamos malas pasadas. El gallo de la fotografía me despertó un recuerdo de mi niñez, en el cual mi yaya Montserrat y otro gallo fueron los protagonistas principales.
El recuerdo
Cuando mis padres me llevaban a casa de mi yaya yo solía acompañarla en sus tareas diarias en la masía, una de las que más me gustaban era ir a recoger los huevos en el gallinero. Me encantaba hacer esa tarea, a veces cuando los recogía del nial aún estaban calientes y ella me los acercaba, con mucha suavidad y delicadeza, a las mejillas paraqué pudiese sentir con mayor intensidad como de calientes estaban. Para mi ayudarla era todo un lujo y una gran responsabilidad, con ella aprendí a ser cuidadosa, debía de procurar que ningún huevo se me rompiera al trasladarlos del gallinero al cajón de los huevos. Yo intentaba hacer esa tarea siempre que podía. Hasta que un día mi yaya me dijo que debía de esperarme fuera del gallinero. No lo entendía, ¿por qué de un día por otro había cambiado de opinión y no me dejaba entrar? yo la observaba con atención y vi que entraba acompañada de una cesta y un palo. Hasta entonces solamente entraba con la cesta. Descubrí que la cesta era para guardar los huevos y el palo para defenderse del nuevo habitante del gallinero: un grandullón y majestuoso gallo. Me dijo que mientras el gallo estuviese viviendo en el gallinero era mejor que yo no entrase en él. Al no dejarme entrar me preservaba del peligro, me decía que era un animal que atacaba a las personas dándoles picotazos en las piernas y para demostrármelo me mostraba sus débiles piernas llenas de golpes y picotazos. Me protegia porque me queria. Así es que cuando veo un gallo me vienen a la memoria recuerdos de mi yaya Montserrat.